¿Quieres
que te cuente el cuento de "La Buena Pipa Repipa"
- Ni que digas que "sí", ni
que digas que "no"
Cada cuatro años te toca escuchar el
cuento de "La Buena Pipa Repipa"
Esta es la
versión 2015 de CIBERCHUS
En
un lugar de Cantabria, de cuyo nombre no vale la pena acordarse, no ha mucho tiempo que nació nuestra protagonista (1956). Una
hidalga de las de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo
corredor.
Desde
que nació. Todas las mañanas eran "grises" aunque se empeñarán en pintarlas
"cara al sol" y los caminos estaban bien marcados
para que nadie se saliera de ellos.
Nuestra protagonista, llamémosla por
ejemplo Francisca que era un nombre muy importante en aquella época, luchaba
por la libertad y la justicia social. Se salía siempre que podía del camino. Corría por el campo
(algunas veces por la ciudad) o se sentaba en la playa con sus amigos a tocar y
cantar canciones prohibidas, con la esperanza de que algún día saliera el sol
de verdad.
Esto
ocurrió en 1975. Paquita, por entonces, tenía 19 años. Las zapatillas gastadas
de tanto correr y la ilusión intacta. Así que aquel día en que se murió
"el burro de la tía Vinagra" fue, sin duda, el mejor de su corta vida.
Dos
años más tarde construyeron en el pueblo un bonito salón de baile. Paquita, sus
amigas y toda la gente del pueblo acudieron ilusionados a bailar, el día de la Inauguración.
Tenía las ventanas abiertas y corría el aire fresco.
Los primeros bailes fueron
muy tímidos. Muchos no sabían bailar y pisaban a los bailarines y bailarinas que
habían venido al "Gran Baile".
Tras
la inauguración cerraron el salón. Los bailarines y bailarinas se fueron del
pueblo y no volvieron a aparecer por allí.
Todo
había cambiado. Todos los días salía el sol. Y la gente era libre. Pensaba y
decía lo que quería y paseaba por donde le daba la gana.
Al
cabo de cuatro años, una cartel a la entrada anunciaba de nuevo:
Gran Baile
Jueves, 28 de Octubre
¡Por el cambio¡ ¡Acude a bailar!
Unos
días antes, sin que nadie los llamara, volvieron los bailarines y bailarinas. Vestidos
con sus trajes de baile y sus zapatos brillantes. Hablaban con la gente y les
invitaban a bailar con ellos. Fueron unos días geniales.
Paquita
lo tenía claro. Había un bailarín que lucía una flamante chaqueta de pana y que
prometía cosas si bailabas con él y a Paquita le gustaban.
-
Y además es muy guapo - decía
Así
que, muy ilusionada, decidió bailar con él y solo con él.
A
medida que pasaba el tiempo, Paquita se dio cuenta que no todo el monte era orégano
y se fue desilusionando poco a poco. Pero el siguiente "Gran Baile"
decidió seguir confiando en su querido
Teodoro. Porque no encontraba otro más guapo que él.
Cada
cita volvía la agitación al pueblo por unos días. Pero ella sabía ya que era
una cosa pasajera; que, aunque se vestían distinto, eran los mismos perros con
distintos collares; que luego se iban y pocas cosas cambiaban en el pueblo y ,
las que lo hacían, eran a peor.
Cada
vez había más jóvenes sin trabajo; más gente que pasaba hambre; más personas a
las que les echaban de su casa; más ladrones y defraudadores públicos, más
mujeres maltratadas...
Pero
ella nunca tiró la toalla como alguna de sus amigas. Era una luchadora. Cada Gran Baile acudía
disciplinadamente a bailar. Entraba; comprobaba que, lamentablemente, estaban
los mismos; Escogía desganadamente al que le parecía mejor; Se echaba un
panceao y se iba para casa.
Así
fueron pasando los años, hasta 30. En esos años nunca dejó de luchar. Había
muchas cosa que cambiar. Si bien es cierto que las fuerzas se le iban acabando.
Pero
un año sucedió lo que tanto había deseado. Volvieron los bailarines y
bailarinas al pueblo, pero esta vez había dos bailarines aficionados, como se
encargaban de decir con desprecio los profesionales.
Uno vestía traje y corbata. El
otro con sus pantalones rojos se camuflaba entre la gente. Los dos eran del
pueblo y el pueblo los había invitado al Gran Baile.
- ¿Quiénes son esos advenedizos? - se preguntaban los profesionales.
- Son
populistas. No saben bailar- decían.
En el fondo todos se sentían inseguros con esta nueva aparición.
A
Paquita sin embargo, el de los pantalones rojos, le caía bien. Cada
día hablaba con él en el café. Le gustaba lo que decía y como lo decía. No
entendía que la gente prefiriera que les pisasen los mismos bailarines de
siempre. No comprendía qué alguna de sus amigas tuviera miedo a bailar con él.
-
No le van a dejar bailar como él dice - se escudaban otras.
Poco
a poco, Paquita fue recuperando la ilusión. Le volvía a apetecer ir al Gran
Baile.
Por
fin, después de tantos años, tenía pareja.
CIBERCHUS
(12/05/15)
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